domingo, 17 de abril de 2011

Infancia en Ponteceso...

Sé que soy un poco pesada con Ponteceso, pero es dónde más tiempo pasé en mi vida... Hoy voy a hablar de las casas en las que me gustaba meterme para cotillear cosas de un tiempo muy lejano para mí; casas hoy abandonadas pero que en su momento estaban llenas de vida y de historias. Puntos de reunión para la gente que sentada al sol compartía anécdotas con los vecinos y pasaban un rato agradable con la gente de este pueblo....

Empezaremos por una casa que actualmente está en ruinas, pero que en mi infancia fue uno de mis rincones favoritos, dónde encontraba refugio y cariño y dónde aprendí muchas cosas: La casa de mi bisabuela Soledad.


La casa del fondo era la de mi bisabuela, esta primera era de Teresa del Zapatero. La puerta que vemos de frente era la de la cuadra, dónde las gatas entraban a parir y después mi tía, en la entrada de casa, ponía un platito de leche para que entraran las crías y quedarse con la que más nos gustaba... qué recuerdos!!!

Como podéis imaginar, cuando yo era pequeña esto no estaba así, no había acera, sino tierra y en la esquina, donde aparece el chico, había un pequeño jardín que plantaba mi bisabuela.

En ese camino de entrada, pegadas a las puertas y a la pared se ponían unas sillas y al solete nos juntábamos todos, vecinas, familia..., para contar cotilleos y tomar el sol.

A mi me encantaba ir siempre a la hora en la que mi abuela comía. Me sentaba en la mesa de la cocina a observar sus movimientos y la pobre siempre me invitaba a comer pero yo no lo hacía, simplemente me encantaba observarla. Otra hora a la que también solía ir era cuando ella y mi tía rezaban el rosario, yo no tenía ni idea, pero con tal de compartir ese momento con ellas me llegaba.

La siguiente casa es la de Señora Magdalena:




En esta casa, ahora vacía, pasé también algunas horas mareando a sus dueñas, a las que les tengo un enorme cariño: las hermanas Isabel, Marina y Magda.

Recuerdo que tenían un pianito del tamaño de un joyero. Cada tecla tenía una pegatina redonda de un color y tenía unas partituras en las que en vez de notas ponían los colores de las teclas....me fascinaba ir allí y tocar ese pianillo.

Otra cosa que me encantaba era el fayado de esta casa, en él encontraba los objetos más extraños y más antiguos del mundo: una brújula náutica dorada y enorme que para mi era increíble, mapas náuticos y demás objetos que me trasladaban a un barco que surcaba el océano en busca de tesoros y luchando contra piratas... me encantaba ese fayado.


Y aquí van mis dos últimos recuerdos de hoy:

La casa más pequeña, la de la derecha, hoy también vacía, era la de Señora Pura. Aquí recuerdo que tenían un perro y que en la parte de atrás tenían un pequeño patio, donde se sentaban al fresco a hablar. Recuerdo que alguna vez pasé, con mi madre hasta el patio, pero era muy pequeña.

Y la casa de la izquierda era el antiguo despacho de la panadería. Recuerdo que un día, siendo niña, entramos en la panadería mis primos, mi hermana y yo y estuvimos viendo como hacían el pan y las tartas.
Ese día me llevé un muñeco de azúcar de la panadería, no lo robé (sé que lo pensáis), me lo regalaron y la verdad es que lo tuve hasta hace nada, iba a colgar una foto y no lo encuentro.... Para mi fue una experiencia inolvidable y se lo agradezco a todos un montón (a Maite, a Antón, a Yoli y, como no, a sus padres)

Me siento muy orgullosa de haber compartido mi infancia con toda esta gente que me ha colmado de experiencias inolvidables y que tengo la suerte de que aún puedo disfrutar de todos ellos... Ahora, también paso buenos momentos en el pub Arena (de Antón y Rafa), sobre todo cuando hay buenos monólogos....

Espero que nos les moleste a ninguno que los nombre aquí. Lo hago desde el respeto y desde el cariño que siento por todos ellos. Por los momentos tan estupendos que han compartido conmigo.

Un beso enorme.

sábado, 16 de abril de 2011

Cambio de aires

Cuándo me siento un poco baja de ánimos lo que me gusta es hacerme un cambio de look o hacer una escapada a algún sitio, para poder pensar en mi situación y como puedo cambiarla.
Esto es lo que hice hace ya 6 años. Estaba en un punto de mi vida en el que tenía que hacer un cambio, un cambio importante. Me cambié de look y cogí un avión con destino Italia: mi año Erasmus.
Primero pasé ese fin de semana de finales de Octubre con mi hermana en Barcelona y el Lunes por la noche estaba aterrizando en Reggio Calabria, en la punta de la bota. Una ciudad chiquitina, donde los edificios se caían a trozos (parte de la fachada de mi casa se cayó un día), donde no había agua potable (y en mi casa era salada), pero que desde el minuto uno me enamoró.
Fue uno de los años más importantes de mi vida, me conocí a mi misma y vi hasta donde podía llegar.
Conocí a mucha gente y no sólo estudiantes, aprendí el idioma rápidamente, estudié y conseguí mi primer trabajo. Y por mi me hubiese quedado allí, en esa ciudad tan pequeña y bonita.
Yo vivía al lado del museo, dos calles más arriba del corso y tres del paseo marítimo, desde el cual se veía Sicilia. Es decir, tenía la heladería Cesare al ladito de casa.
Gracias a la gente con la que tuve la suerte de convivir, toda, sin excluir a nadie, conocí un mundo que no era sólo el de estudiantes, sino el día a día de cualquier persona. Compartí cena familiar (que en Italia es difícil que te metan en casa) y victorias del Inter, veladas de Jazz en La Sosta, fiestas Erasmus, viajes a sitios paradisíacos.